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EL RETO ÉTICO DEL ACCESO AL AGUA DULCE LIMPIA Y LA COVID-19.

El acceso al agua dulce limpia es un derecho humano. Según informes de las Naciones Unidas, en la actualidad, si bien se ha conseguido progresar de manera sustancial a la hora de ampliar el acceso a agua potable y saneamiento, existen miles de millones de personas que aún carecen de estos servicios básicos, principalmente en áreas rurales. En todo el mundo,  una de cada tres personas no tiene acceso a agua potable, dos de cada cinco personas no disponen de una instalación básica destinada a lavarse las manos con agua y jabón, y más de  673 millones de personas aun defecan al aire libre. Este reparto injusto del agua deja a millones de personas en una situación de vulnerabilidad, y es ajeno a los más elementales principios éticos.
Para tratar de cambiar esta situación, las Naciones Unidas han creado el ODS6: Agua limpia y saneamiento  dentro de los Objetivos de Desarrollo Sostenibles. La prioridad es mejorar la gestión de los recursos hídricos, un objetivo que además contribuiría al crecimiento económico y ayudaría en la lucha contra el cambio climático.

Actualmente, al viejo reto ético de solventar la crisis global del agua dulce potable y limpia se ha sumado el efecto de la pandemia de la COVID-19. Esta pandemia ha evidenciado la importancia vital del saneamiento, la higiene y un acceso adecuado a agua limpia para prevenir y contener las enfermedades, pues, de acuerdo con la Organización Mundial de la Salud, estas acciones contribuyen eficazmente a reducir la propagación de patógenos y prevenir infecciones, incluido el virus de la COVID-19. Aun así −como vimos− hay miles de millones de personas que todavía carecen de acceso a agua salubre y saneamiento. Además, los fondos para atajar el problema son insuficientes.
Los datos demuestran que los efectos de la COVID-19 son considerablemente más graves en poblaciones humanas pobres y sin acceso a agua limpia.
La COVID-19 ha sensibilizado y movilizado a varias organizaciones internacionales en lo relativo al acceso del agua potable y limpia para prevenir la propagación de la enfermedad, lo que está muy loable. Sería muy deseable que esta tendencia tuviese la contundencia y continuidad necesaria para afrontar un problema de dimensiones globales y graves como es la degradación y explotación incontrolada de los recursos hídricos, a fin de garantizar el acceso al agua potable a los más pobres, lo que disminuiría su vulnerabilidad y ayudaría a frenar la creciente degradación ambiental de nuestro planeta.